Una novedad desprendida del último censo
confirma objetivamente la consolidación de un gran cambio de nuestra sociedad,
que se ha venido produciendo progresivamente y que promete acentuarse en el
futuro.
La noticia es que por primera vez en el país
las graduadas universitarias son numéricamente más que sus pares varones.
Prácticamente se duplicaron en una década, ya que en el anterior censo rondaron
las 560.000 y, en el último, superaron el millón. En tanto, los hombres
aumentaron de 582.000 a 880.000, aproximadamente sólo un 50%.
Si una empresa encara una selección de
profesionales, recibiría hoy los antecedentes de 55 mujeres por cada 45 hombres
aspirantes a un puesto. El hecho, en sí mismo, es la confirmación de un
acontecimiento que se venía anunciando desde la segunda mitad del siglo pasado.
Se trata de un cambio acumulativo que ha ido
modificando la estructura de la sociedad hasta convertirse en identificatorio
de los tiempos que corren. Podría decirse que es consecuencia de los reclamos
femeninos de principios del siglo XIX, tendientes a reivindicar la igualdad de
derechos con el hombre y que dieron origen al movimiento de las sufragistas norteamericanas
que se extendió luego a otros ámbitos.
Progresivamente, las mujeres han accedido a
niveles superiores de la enseñanza de forma mucho más masiva y las cifras del
Censo dan cuenta fehaciente de esto. Salvo en las facultades de Ingeniería,
Ciencias Exactas y Agronomía de la UBA, en las que todavía se mantiene el
predominio masculino, en las otras -que son mayoría- prevalece la matriculación
femenina; son ellas quienes completan con mayor regularidad sus estudios y
egresan en condiciones de sólida competencia para insertarse en el campo
laboral.
Esta nueva realidad social y educativa es
consecuencia de una historia de luchas, de creencias y prejuicios que fueron
caducando a medida que los destinos de la mujer se abrieron a nuevos horizontes
que ella supo ganar en buena ley. Con los títulos universitarios creció su
incorporación a lugares y ejercicios profesionales antes vedados, como ocurrió
en medicina, política o economía.
Sin embargo, cabe también reconocer que todavía
perduran actitudes adversas a la presencia femenina en ciertos niveles de
conducción que requieren revisión en función de los nuevos patrones que se
instalan en las sociedades modernas y que harán que los roles puedan
desempeñarse con más equidad de género en todos los ámbitos.
Jamás podrán desconocerse las cualidades
distintivas y propias de hombres y mujeres sin las cuales se pierde toda la
riqueza de la diferencia. Se han planteado, sí, nuevos problemas y desafíos a
la creatividad frente a los cambios evidentes que conciernen a la vida familiar
y a la nueva carga de obligaciones que debe asumir el género tradicionalmente
considerado débil desde una perspectiva claramente discriminatoria.
Menos hijos y más tarde, porque primero hay que
estudiar, reasignación de tareas dentro del vínculo matrimonial cuando los dos
trabajan y gozan de iguales derechos, una descendencia que comparte menos
tiempo con una madre profesional, una existencia más compleja, con mayores
demandas y necesidades de adaptación a los cambios para las mujeres que, impulsadas
por necesidades de desarrollo personal o económicas, ingresan día tras día al
complejo mercado laboral y a los ámbitos de decisión en los que su aporte y su
visión constituyen una contribución valiosa e importante que ya nadie desconoce.
Fuente: 16/09/2013 La Nación - Nota - Opinión -
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